La mala educación



Pedro Almodóvar se muestra película a película más seguro de sí mismo.

Su mundo, semioculto en el closet hasta no hace mucho, abrió las puertas de par en par, a una sociedad nueva que se ha entregado a él.

Su talento para lo visual queda ya expuesto en todo su esplendor conforme ha ido depurando su habilidad para trasladarlo de su imaginación a las imágenes que muestran sus películas. Y su maestría como narrador garantiza a sus películas el tempo adecuado, el encuadre preciso y significativo, el movimiento de cámara acertado.

Almodóvar vuelve a las andadas luego de que en todo el mundo se ventilara en los medios las denuncias de curas pederastas. Por ellos se ha lanzado Almodóvar.

De ese controversial hilo ha tirado y ha logrado construir un lienzo en el que se dan cita el melodrama, un buen número de travestis, estampas de la cara más oscura de los colegios católicos de los años 60, cine dentro del cine y unos hilvanes de cine negro.

Las películas de Almodóvar podrán gustar en mayor o menor medida dependiendo del receptor, pero en ellas se reconoce con facilidad el arrebatado ejercicio de amor al cine que destila cada imagen.

La palabra pasión, que permanece flotando en el último de los fotogramas de “La mala educación”, es la que mejor y más escuetamente define la labor de este maestro de la narrativa.

Es necesario aclarar que este trabajo no es perfecto. Es deliciosamente cojo, irregular y fascinante en cada uno de sus imprevisibles giros.

Nos encontramos ante una de las escasas películas que piden a gritos una segunda -o incluso tercera- visión para disfrutar en su plenitud de los constantes choques de doloridos sentimientos, de las descargas que provocan en sus andanzas las caricias y golpes de polos opuestos.

Almodóvar sigue siendo brillante, transgresor y arriesgado; permanece alérgico a cualquier síntoma adocenado o amaestrado y continúa haciendo equilibrios sobre la fina cuerda que separa la genialidad y la locura. Y ante todo, sigue zambulléndose a pleno pulmón en los surcos y apéndices del celuloide hecho con las vísceras y no con la mortalmente aburrida lógica comercial.

Con “La mala educación” podemos constatar varios hechos que van a más en el cine de su director.



Almodóvar se ha vuelto más sobrio y serio, con poco espacio para los elementos cómicos y mucho espacio para la emoción en estado puro.

Sigue sintiendo una predilección (vista muy especialmente en “Hable con Ella”) de romper la linealidad de sus historias y de hacer complejas estructuras narrativas.

Su puesta en escena se ha vuelto bella, exquisita y sofisticada a nivel visual.

Queda claro que su cine ha asumido con total conciencia su carácter más artificioso y esteticista -algo que se le ha criticado a su autor en toda su carrera- en esta ocasión con un tono literario bastante evidente, unido a una frialdad o sobriedad, según se mire, a la hora de exponer los sentimientos más arrebatados, cosa que le da un tono a la película seductor e interesante, pero sin duda arriesgado.

Esta mezcla de drama, amores trágicos y thriller fatalista es, sin duda, la más compleja y ambiciosa de su carrera que admite diversos niveles de lectura.

La historia de “La mala educación”de la que hay que saber lo justo antes de verla - Almodóvar reserva múltiples sorpresas en la narración- se inicia con el director de cine Enrique Goded (Fele Martínez), que busca desesperadamente una historia para su próxima película.

Como caído del cielo, recibe la visita de Ignacio (Gael Garcia Bernal) un joven actor, antiguo compañero del colegio, al que hace muchos años que no ve.

Éste (que fue su primer amor) le ofrece un relato escrito por él llamado “La visita” con la intención de que lo dirija y el lo protagonice. Enrique acepta y lee el relato.

El relato, inspirado en la historia de ambos, está protagonizado por Zahara (Gael Garcia Bernal) un travestí que se dedica a imitar a Sara Montiel, de gira por los pueblos que un día, de regreso a su pueblo natal, decide visitar al director del internado donde estuvieron cuando era pequeño: el Padre Manolo (Daniel Giménez Cacho), un cura con el que vivió una turbulenta historia en el pasado.



A partir de aquí, Almodóvar desenreda una historia sorprendente que desarrolla varias historias, donde la ficción, la realidad y la ambigüedad se fusionan de modo realmente sugestivo.

En la película el director abarca muchos aspectos, desde una historia de amor truncada por los abusos cometidos por los curas, hasta ambiguos y fatales personajes que llevaran a más de uno a un callejón sin salida, identidades confusas, psicologías complejas, víctimas y verdugos que cambian fatalmente sus roles, una imaginativa reflexión sobre el propio cine en forma "cine dentro de cine" donde la ficción es realidad y la realidad ficción.

Todo ello rodado con maestría, sofisticación -el empleo de los decorados y sus arrebatados colores-, elegancia (mirar como están rodadas las sutiles y bellas escenas de sexo) y un control emocional -a pesar de su rocambolesco argumento- digno de mención.

Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas.

Tal vez el mayor problema radique -otra vez- en el guión de Almodóvar, porque a pesar de su estimulante punto de partida y desarrollo, la parte final del filme no acaba de funcionar.

Su giro final hacia el cine negro, con particular femme fatale incluida -justo con la aparición del personaje de Lluis Homar-, a pesar de ser sugestiva, no está bien resuelta, quedando demasiado simple.

El final, demasiado precipitado y abrupto, no acaba de convencer - aparte del tremendo error de evitar ambigüedades con la inclusión de rótulos explicando el desenlace-.

A pesar de esta parte final, la película vale la pena, nunca pierde el interés, ni la intensidad y está magníficamente visualizada.

Para entender el maravilloso talento visual de su director sólo hay que destacar la forma en que resuelve las escenas de la infancia de los protagonistas en el internado, de una belleza plástica inmensa (atención a la delirante pero bellísima secuencia del niño cantando “Moon River” en el estanque con el cura y su poética resolución) o la manera en que capta la belleza (muy sexual y perturbadora) de su pareja protagonista (sobretodo de Gael Garcia Bernal).

Por último es imposible no destacar el trabajo interpretativo de todo el elenco de actores en una película muy masculina y sin papeles femeninos relevantes.

Fele Martínez está estupendo, sobrio y perfectamente controlado en su papel, que asumirá el punto de vista del espectador, descubriendo, al mismo tiempo que éste, los vericuetos del relato.
La gran sorpresa -con todo y que aquí siempre le hemos dado hasta con la cubeta- es el niño Gael: arrebatador, fascinante, perturbador, en un papel que lo marcará sin duda.

Tampoco seria justo olvidarse de los cortos pero decisivos papeles de Lluis Homar y Daniel Giménez Cacho (inquietante, como ya es costumbre en Daniel) o un sensacional Javier Cámara, su corto pero divertidísimo papel aporta las dosis de humor característico del director.

En definitiva, nos hallamos ante un filme interesante, que a pesar de unos 15 minutos finales fallidos y no bien resueltos es digno de alabar por su valentía, riesgo y complejidad.

Nuestra Opinión: @@@1/2

La mala educación
(España 2004)
Dirección y guión: Pedro Almodóvar
Fotografía: José Luis Alcaine
Música: Alberto Iglesias
Con: Gael García Bernal, Fele Martínez, Javier Cámara, Daniel Giménez Cacho, Lluis Homar, Francisco Boira
Duración: 105 minutos
Distribución en México: 20th Century Fox
Clasificación: @ Insoportable, @@ Regular, @@@ Buena, @@@@ Obra Maestra

Correspondencia con esta mal educada columna:

obsesionesmx@yahoo.com.mx


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