El Código Da Vinci



En los años que llevamos dedicándonos de tiempo completo al mundo del séptimo arte, hemos aprendido muchas reglas no escritas.

Una de ellas tiene que ver con las cintas que han causado mucha expectación antes de llegar a cartelera.

Si esa película en cuestión, llegado su momento del estreno, la distribuidora opta por esconderla de la prensa, es casi seguro que lo hacen para que los medios no tengan oportunidad de hablar mal de ella.

Motivos: el tan esperado filme a final de cuentas no es del todo bueno, pero si el público no se entera, la asistencia a los cines no se verá mermada.

Y lamentablemente esta premisa se cumple en “El código Da Vinci”.

Demasiado solemne, demasiado fría, demasiado políticamente correcta.


© Columbia Pictures

Mucho ruido y pocas nueces alrededor de un thriller demasiado convencional.

“El Código Da Vinci” es en buena medida, con excepción de su parte final, una suerte de representación figurativa casi literal del libro que lo inspiró.

Como si se tratase de una versión gráfica del texto, que incluye transcripciones literales de algunos diálogos o expresiones clave y remite estrictamente a aquél en la descripción de las acciones, en los recurrentes flashbacks y en la ajustada descripción de sus personajes, quizá con la visible excepción del gerente bancario André Vernet.


© Columbia Pictures

Howard aprovecha el privilegio de haber podido rodar la secuencia inicial en el mismísimo Louvre para manejar desde el vamos con pulso firme y sobrado oficio de curtido narrador el sugerente clima de intriga que parece acentuarse mientras más crece el jeroglífico -harto conocido por la divulgación que cobró el libro- planteado ante las narices del experto simbologista Robert Langdon (Tom Hanks) y la joven criptóloga de la policía francesa Sophie Neveu (Audrey Tautou): la muerte del anciano conservador del Louvre -y abuelo de la muchacha reaviva un secreto desplegado alrededor de la obra de Leonardo da Vinci y que podría cuestionar los cimientos del cristianismo y el poder de la Iglesia.

Es indudable que, si el libro de Brown no hubiera existido, ningún estudio de Hollywood habría puesto dinero para convertir en película un guión tan espeso construido casi exclusivamente sobre explicaciones y especulaciones (un tanto) fantasiosas acerca de símbolos, códigos, cultos secretos, historia de la religión y mensajes disfrazados de arte, a los que se presume el único atractivo de poner en tela de juicio los principios fundamentales del cristianismo.

Las teorías conspirativas pierden valor y credibilidad por la manera en que están presentadas.


© Columbia Pictures

La explicación que Sir Teabing (Ian McKellen) hace de La última cena, el cuadro de Da Vinci, es apta para mentes entrenadas por el dinosaurio Barney.

Subestimar la inteligencia del público es el peor pecado del filme.

La historia, así pues, avanza gracias a la solución de puzzles, la detección de códigos y el alarde de conocimientos históricos pero no a la construcción de personajes, diseñados más a base de idiosincrasias que a personalidades de carne y hueso.

Generalmente un generoso director de actores, Howard no es capaz aquí de proporcionar una identidad a su pareja protagonista, que se mantiene postiza, pálida, rígida e inexpresiva. En una película tan cargada de palabrería no hay espacio para eso, ni para emoción o estilo.


© Columbia Pictures

Es la más impersonal película de Ron Howard, un cineasta con oficio pero no talentoso, al que aunque se haya mandado algunos derrapes en su carrera siempre se le podía confiar un par de horas con total confianza. Ya no.

“El Código Da Vinci” (versión cine y libro) es una muestra del eterno conflicto entre historiadores y novelistas.

Si la novela y/o el filme reflejan exactamente la realidad, entonces se la acusa de no ser una novela porque no contiene ficción. Y a veces de plagio, porque lógicamente el novelista tiene que basarse en el estudio de fuentes históricas. Y si en la ficción desfigura los hechos, entonces se le acusa de que no está diciendo toda la verdad, que falsea lo ocurrido.

”El Código Da Vinci” no pretende ser historia, no es historia, y por lo tanto puede ficcionar los hechos, inventar una nueva realidad, aunque algunos hechos se hayan tomado de la historia.

Qué es cierto y qué es ficción en una novela es un privilegio del novelista. Si lo que escribe es un argumento pegado de la realidad histórica, quizá sería más bien una crónica.

Y aun así, en las crónicas también hay una gran parte de imaginación por parte de quien escribe.

Independientemente de todo, es ridículo que en pleno siglo XXI, jerarcas de diversas doctrinas cristianas como la iglesia católica y gobiernos como el de Filipinas, Tailandia o la India prohíban la exhibición de la cinta, por cosas que si bien no son del todo ciertas, de alguna forma ponen a pensar a la gente, lo cual derivaría en que también lleguen tarde o temprano a cuestionar su realidad, algo muy peligroso para quienes desean tener a las masas bajo control.

Nuestra Opinión: @@1/2

El Código Da Vinci
(The Da Vinci Code, Estados Unidos 2006)
Director: Ron Howard
Guión: Akiva Goldsman
Fotografía: Salvatore Totino
Música: Hans Zimmer
Con: Tom Hanks, Audrey Tautou, Ian McKellen, Jean Reno, Paul Bettany, Alfred Molina, Jurgen Prochnow, Jean Pierre Marielle
Duración: 149 minutos
Distribución en México: Columbia Pictures
Clasificación: @ Insoportable, @@ Regular, @@@ Buena, @@@@ Obra Maestra

Correspondencia con esta conspiradora columna:

codigocine@yahoo.com





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