Los niños del hombre



El cine ha reflejado muchas veces el fin del mundo en medio de un cataclismo fulgurante e instantáneo (meteorito, guerra nuclear, invasión extraterrestre, epidemias mortales), pero hay una serie de películas que han preferido optar por mostrar a la humanidad en una lenta agonía, una muerte similar a la del enfermo que se consume entre su propia suciedad, degradándose y descomponiéndose mientras aún está vivo.

Es curioso observar que casi todas las películas dedicadas a este efecto no pintan un paisaje demasiado alentador (“12 monos”, “El planeta de los simios”, “Soylent Green”, “Le Temps du loup”, por mencionar algunas) sino que suelen situar sus acciones en medio de sociedades en avanzado estado de degeneración, también a nivel moral, o definitivamente en estado apocalíptico, en las que no parece existir ningún futuro para que prevalezca la especie humana.

Normalmente la culpa suele recaer precisamente en nosotros mismos, en las guerras que generamos, en la falta de escrúpulos existente en el mundo laboral, en los conflictos raciales, en la deshumanización latente; todo este substrato engendra odio, y ese odio lamentablemente siempre termina conduciendo al enfrentamiento, a la destrucción.

A pesar de que ha sido etiquetada como futurista o incluso ciencia ficción, lo cierto es que “Los niños del hombre” no tiene nada del filtro azulado ni del preciosismo tecnológico que estamos acostumbrados a ver en ese tipo de producciones.

Más bien se trata de una proyección a corto plazo de todos los problemas que en el presente se hallan en estado más o menos embrionario: el terrorismo y por consiguiente el estado de represión militar-policial, la inmigración ilegal, la infertilidad, la polución y las guerras santas.

Todo ello aliñado generosamente con un paisaje remitente al Apocalipsis para pintar un escenario lo suficientemente cercano a nuestros días y lo suficientemente posible como para asustarnos y no dormir nunca más tranquilamente.


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Porque en esta película, el terror no viene de Marte ni de un ejército de cyborgs insurrectos; nace de las acciones de los hombres.

Es, por así decirlo, una distopía por inercia: a menos que la humanidad corrija su rumbo, desembocará en el futuro desesperanzador que refleja Cuarón.

La cinta, basada en la novela de P.D. James, se desarrolla en el año 2027, dieciocho años después de que una epidemia de infertilidad dejara al mundo sin nacimientos de niños y sin esperanzas de renovarse.

El subsiguiente colapso social ha dejado en ruinas a la mayor parte del planeta, y sólo Inglaterra ha logrado poner cierto orden en se caos, marchando hacia un futuro incierto.

En ese horrible futuro encontramos a Theo (Clive Owen), cuyos antiguos sueños de cambio social y político se han transformado en una vida de alcoholismo, trabajando como empleado gubernamental de bajo nivel.


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Pero quizás su idealismo logre resucitar cuando Julian (Julianne Moore), ex-esposa de Theo, le pide ayuda para sacar del país a una persona.

Entonces, con ayuda de unos cuantos amigos, el desilusionado hombre tratará de navegar el caos urbano y bélico de Inglaterra para salvar a una joven mujer con un secreto que podría cambiar el mundo...

Triste es el mañana que describe Alfonso Cuarón, un panorama gris, opaco, teñido de amargura, lastrado por oscuros intereses políticos, en el que predomina la inseguridad ciudadana, en el que el terrorismo campa a sus anchas, en el que el racismo se ha multiplicado hasta límites alarmantes, la inmigración se considera una peste y el estado se ha militarizado conformando un clima represivo y totalitario en el que el individuo solo sirve para ser manipulado según los intereses de las instancias poderosas.


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En suma, un mundo denigrante, metáfora subliminal del que vivimos en la actualidad.

Precisamente uno de los aciertos de la cinta de Cuarón es la ambientación y su materialización en imágenes de alto impacto visual.

Realmente se respira insalubridad dentro de cada uno de los planos, se siente como verdadero el hacinamiento de miles de cuerpos desterrados y heridos en los campos de concentración; se percibe al mismo tiempo el caos, la locura instalada en el subconsciente de los personajes que transitan dentro de este podrido microcosmos inundado de miedo y paranoia.


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Cuarón traza con mano firme el pulso de su historia, y sabe cómo manejar el material al que está dando forma. Lo hace sin estridencias, dejando que el relato tome el suficiente impulso y calado como para conmocionar al espectador.

No suele ser habitual que el cine de ciencia ficción esté revestido con un carácter social.

“Children of men” es una interesante muestra de fantasía y conciencia.

Particularmente consideramos que no es necesario realizar juicios ideológicos acerca de la condición humana.


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Supongo que a estas alturas todo el mundo sabe que no vamos por buen camino, por eso, el único inconveniente que podemos encontrarle al filme es el peligro que corre la historia de tomarse demasiado en serio a sí misma, ya que su tono se torna grave, serio y aplastante, adquiriendo en muchos momentos un cariz mesiánico ciertamente molesto, como si el mensaje de fondo quisiera aplastar innecesariamente el desarrollo y la fluidez de la narración.

Por eso, cuando realmente brilla el talento de Cuarón es cuando se deja de discursos, centrándose en el verdadero drama desesperado que sufren sus protagonistas y su huida a ninguna parte.

Sin embargo, ante todo y por encima de todo, “Children of men” destaca desde el punto de vista técnico, a través del virtuosismo que demuestra su director a la hora de planificar cada escena mediante planos- secuencia elaborados con un alto poder de estilización.


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Estilización extrema a pesar de que estos planos estén realizados de forma aparentemente sucia y descuidada (su intención no es otra que crear a través de ellos el mayor grado de verosimilitud para que el espectador pueda introducirse directamente en el punto en el que se está desarrollando la acción) utilizando la cámara al hombro pero creando verdaderas coreografías malabarísticas internas, tan aparentemente aleatorias como depuradas (gran parte de este resultado es responsabilidad de Emmanuel Lubezki).

También hay que destacar como otro mérito de la película el trabajo de los actores, Clive Owen (héroe por las circunstancias, pero héroe al fin y al cabo, en el mejor papel de su carrera), Michael Caine (quien sorprende en su papel de hippy retirado del mundanal ruido) Julianne Moore, Peter Mullan y el gran Chiwetel Eijofor (“Kinky Boots”) tienen papeles más o menos cortos, pero notables, en los que representan distintas facetas de la mentalidad humana, ninguno totalmente equivocado, pero tampoco completamente correcto.

El sublime trabajo de Alfonso Cuarón, le confirma como uno de los más hábiles artesanos del cine contemporáneo, logra una de las mejores películas del año y una obra maestra de la ciencia ficción moderna que honra a su género cumpliendo sobradamente su misión. Envolver al espectador en una conmovedora narración de la que se extrae una útil moraleja: a diferencia del pasado, el futuro sigue en nuestras manos.

Nuestra Opinión: @@@@

Los niños del hombre
(Children of men,Reino Unido-Estados Unidos 2006)
Director: Alfonso Cuarón
Guión: David Arata, Alfonso Cuarón, Timothy J. Sexton, Hawk Ostby, Mark Fergus, basados en la novela de P. D. James
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Música: John Tavener
Con: Clive Owen, Julianne Moore, Michael Caine, Chiwetel Ejiofor, Charlie Hunnam, Claire-Hope Ashitey, Pam Ferris, Danny Huston, Peter Mullan
Duración: 109 minutos
Distribución en México: UIP
Clasificación: @ Insoportable, @@ Regular, @@@ Buena, @@@@ Obra Maestra

Correspondencia con esta desesperanzada columna:

codigocine@yahoo.com


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